Lo que el ciclismo me enseñó sobre reparar dispositivos

Por
Alfredo Luna
01 September 2025
2 min lectura

🎬 Una cima y un sueño

En julio de 2024 me encontré en un pequeño pueblo alpino de Francia con dos objetivos que, para mí —al menos hasta hace unos años— sonaban casi imposibles: escalar en bicicleta La Bonette y presenciar a mis héroes correr el Tour de France frente a mí.

Ahí estaba yo, frente a uno de los puertos de montaña más altos de Europa, a más de 2,800 metros de altitud, un ícono del Parque Nacional del Mercantour, en la región de los Alpes Marítimos. Un coloso que llevaba muchos años sin formar parte de la carrera ciclista más exigente del mundo: Le Tour de France.

Pero no llegué ahí de golpe. Primero tuve que hacer el viacrucis del viaje desde México: porque sí, llegar en vuelo directo a Niza no es nada económico (y mucho menos en julio de 2024). La opción fue volar de Cancún a Marsella, con escala en Ciudad de México y luego en Madrid. Finalmente aterrizamos en Marsella sin contratiempos y de ahí vino el siguiente tramo: manejar el auto de mi cuñada (sí, detalle no menor: tenemos la suerte de tener familia francesa, mi compere François y padrino de mi hijo Héctor).

Después vino lo inevitable: el jet lag. Viajar desde Niza hasta Saint Dalmas y luego el reto de acostumbrar mi cuerpo al aire más delgado de la montaña. Los primeros días apenas salía a caminar unos minutos, luego fui alargando esas caminatas. A la semana siguiente ya trotaba en pendiente.

Mientras tanto, el Tour 2024 iba en su segunda semana. Nosotros no teníamos planeado seguirlo —sería una locura con familia completa—, así que lo veíamos en la tele, en casa de mi compadre. Pero el gusanito del ciclismo ya estaba ahí.

Días más tarde, gracias a los buenos amigos que hicimos en St. Dalmas, vinieron las primeras pruebas: una bicicleta eléctrica prestada (eternamente agradecido con Claude y Laurance 🙏). Con ella aprendí a controlar el esfuerzo según la pendiente, una gran ventaja de las e-bikes. Y después… llegó la hora de la verdad: practicar las pendientes con una bici de ruta real (mil gracias a Emmanuel, también gran amigo y persona), esta vez sin motor, midiendo mis fuerzas de verdad.

Todo era cuestión de etapas de preparación, de paciencia, de confiar en el proceso y no saltarme pasos. Solo así logré llegar al día de mi primer killer climb y conquistar esa cima. Y mientras pedaleaba entendí algo que después se volvió clarísimo en el taller: reparar un dispositivo no es tan distinto de subir una montaña.

⏳ La preparación es todo

Si algo me enseñó La Bonette es que nunca puedes arrancar en frío (“aventarte como el Borras”, dirían mis tíos). Ningún cuerpo aguanta un puerto de 20 kilómetros —más de 1,500 metros de elevación— si antes no pasó por caminatas, trotes y entrenamientos previos. Claro que condición física ya traía: venía entrenando al aire libre y en bicicleta fija (mejor control) por más de un año. Y sí: la cima se empieza a ganar desde el primer paso en la llanura. 🚶‍♂️

En el taller pasa lo mismo. Cuando alguien llega con un iPhone muerto —ni señas de vida, nada de sonido, no vibra, no responde al ponerlo a cargar— la tentación es abrirlo de inmediato y cambiar la pieza “que suena más lógica”. Pero esa prisa casi siempre termina en desastre: un conector arrancado, una pantalla original dañada, o un diagnóstico equivocado.

Por eso cada reparación arranca con etapas previas:

  • ✅ Un checklist de funciones básicas.
  • ✅ Revisión de batería con cargador que indique consumo.
  • ✅ Inspección física estilo Sherlock Holmes: golpes, humedad, señales de maltrato.

(Confesión: muchos clientes omiten ciertos “detalles mínimos” como si no nos fuéramos a dar cuenta… pero el teléfono siempre habla 😅).

Una práctica que siempre hago es lanzar frases clave para generar confianza: “¿Sospechas de algo en particular que pudo haber pasado previo a que fallara tu iPhone?”

Y, quizá por último, pruebas de software y restauración… siempre y cuando el usuario no requiera recuperar toda su data (fotos, videos, documentos y demás curiosidades).

Solo después de todo eso tiene sentido entrar al hardware —extraer la pantalla y abrir las tripas del equipo—. Igual que en la montaña: primero ajustas tu cuerpo al aire, luego pruebas con eléctrica, luego con ruta… y hasta entonces te lanzas al puerto.

La lección es simple: cada etapa construye la siguiente. Saltarte pasos es querer subir directo a la cima con el jet lag encima.

(O su versión en el taller: recibir el iPhone de la mano del cliente —porque siempre lo extienden de inmediato hacia ti jaja— y querer sacarle ya la pantalla sin siquiera haber quitado los tornillos de seguridad… oops).

Y ya sabemos cómo acaba eso. Al menos en la montaña: “It will be no good at all”.

Porque ojo: escalar un puerto de montaña en bici es de las actividades físicas más duras que existen. Pero hay gente —poca— que como yo disfrutamos de ese dolor. Es difícil de explicar, pero lejos de querer minimizarlo mentalmente, la clave está en abrazarlo: you embrace it. Lo absorbes, lo aceptas… y sigues pedaleando. 💪

(Aquí un paréntesis: gracias por los consejos y los geles energéticos, Emmanuel. Gestionar la energía desde el primer pedaleo, aunque ya te sientas fuerte, es clave. Nunca aceleres de golpe).

🔧 El ascenso como metáfora de la reparación difícil

El día de La Bonette amaneció con ese aire frío que te recuerda que la montaña nunca juega a medias. Los primeros kilómetros parecían manejables, pero pronto llegó lo inevitable: las pendientes eternas. Ese tipo de subida en la que miras hacia arriba y la carretera parece una serpiente que nunca acaba. 🐍

En bici no puedes forzar de golpe: si sales a reventar en los primeros kilómetros, te rompes. Cada pedalazo es administración pura: ritmo, cadencia, respiración. Y aun así, siempre hay un punto en el que las piernas arden y la mente te grita que pares.

En el taller pasa exactamente igual cuando enfrentas una reparación difícil. Piensa en un Apple Watch con cristal pulverizado, con micro-esquirlas que se clavan en el touch. O un iPad doblado en el chasis que parece irreparable. Ahí la tentación es querer resolver rápido, dar un “martillazo técnico” para sacar la pieza y listo. Pero no: si te precipitas, destruyes lo que aún servía.

Aquí la regla es la misma que en el puerto: paciencia extrema y método paso a paso.

  • Retirar esquirlas con cuidado = piedras en el camino.
  • Limpiar adhesivo = mantener cadencia.
  • Probar touch y display en cada etapa = revisar pulso en el ciclocomputador (en mi caso mi iPhone 📱).

En ambos casos, la prisa mata la cima y la reparación. Porque ni la montaña ni un iPhone perdonan los atajos.

Y al igual que en la bici, en el taller también llega ese momento en que el cuerpo técnico te duele: los dedos cortados de levantar cristales, la vista agotada de mirar conexiones microscópicas. Pero igual que en la subida, la clave está en abrazar ese dolor técnico, porque es parte del proceso que te lleva al resultado final.

🌱 Resiliencia y recompensa

Coronar La Bonette fue un momento que todavía me eriza la piel. Tras horas de pedaleo, calor que se mezclaba con ráfagas de viento frío, piernas que ardían tanto ya cerca de la cima que parecían de piedra… de pronto la carretera se abrió en un paisaje lunar. 🌙

A 2,802 metros de altitud todo se siente distinto: aire más delgado, colores más intensos y una sensación de logro que es difícil de poner en palabras. Ahí entendí que el dolor de cada etapa valió la pena.

En el taller pasa lo mismo cuando logras que un dispositivo “resucite” después de una reparación que parecía imposible. Como ese iPad que llega doblado en dos, casi como si alguien lo hubiera usado de tabla para cortar verduras 🥒🔪. O ese Apple Watch pulverizado que parece condenado a la basura. Y sin embargo, después de horas de trabajo paciente, lo ves encender, vibrar, mostrar la hora exacta. Ese instante —cuando el cliente lo toma en sus manos y sonríe como si hubiera recuperado un pedazo de su vida— es nuestro propio “paisaje en la cima.”

La resiliencia, en bici o en el taller, no es aguantar por aguantar. Es entender que cada etapa difícil es parte del camino y que el premio no siempre es tangible: a veces es la confianza, la continuidad, la tranquilidad.

En la bici, el premio es la cima, la foto en el mirador, la historia que contar.
En el taller, el premio es más silencioso pero igual de poderoso: un iPhone que vuelve a ser compañero de rutina, un iPad que sigue siendo herramienta de trabajo, un Apple Watch que aún vibra para recordarte respirar.

🌟 Más que una cima, una enseñanza de vida

Subir La Bonette me enseñó que ningún logro real se consigue de golpe. Todo es cuestión de etapas, paciencia y respeto al proceso. Lo mismo con un iPhone, un iPad o un Apple Watch: si intentas forzar el resultado sin preparación, lo más probable es que termines peor de lo que empezaste.

El ciclismo y la reparación tienen algo en común: ambos duelen, ambos exigen concentración, y en ambos la recompensa llega cuando aprendes a abrazar el esfuerzo en lugar de huir de él.

Pero ojo: no se trata de la bici ni del dispositivo. Se trata de ti. De tu tiempo, de tu tranquilidad, de tu capacidad de seguir adelante cuando las cosas parecen trabarse.

Porque al final, reparar no es solo devolverle la vida a un aparato. Es recordarte que también tú puedes coronar tus propias cimas si avanzas con método, paciencia y resiliencia.

Y un paréntesis muy especial: escalar La Bonette no fue el único evento memorable de ese viaje. Como dije al inicio, el otro objetivo era ver correr a nuestros héroes. Porque sí: mi esposa, mi hija y hasta mi niño de 5 años somos fans del ciclismo. Y buena parte de la motivación detrás de esta aventura fue precisamente eso: estar cerca de la gente que nos inspira a seguir.

Ahí estábamos: yo en la cima de la Bonette acompañado por mi compadre, y mi familia en el pequeño parque de Saint-Étienne-de-Tinée. Todos con la misma emoción de presenciar algo único: ver correr frente a nosotros al mayor campeón del ciclismo de esta era, Tadej Pogačar, vestido con el maillot jaune.

Y debo decirlo: montados en la bici, estos personajes —Tadej, Jonas, Remco, Richard, Yates y compañía— parecen casi niños de 12 o 13 años, tan ligeros, tan frágiles… y al mismo tiempo, tan gigantes.

Pero recuerda: el verdadero héroe eres tú. El que decide prepararse, resistir y conquistar su propio ascenso. El protagonista de su propia historia… y no un espectador más.

“La batalla (en la montaña y en el taller) es la gran redentora, el crisol de fuego donde los verdaderos héroes son forjados, y con preparación y disciplina, somos amos de nuestro propio destino."

Alfredo Luna
desde Timm Repair